Perros de NADIE
Esteban Valentino
El sol salía
sobre la Villa. El lugar no tenía nombre y en general no les parecía mal a los
que lo habitaban. Estaba bien el número. Le quitaba categoría de espacio
habitable. La Villa era una cifra y a través de ella se distribuían como
sombras los seres que la ocupaban. La Villa amanecía también, como el sol, muy
temprano. Y amanecía con ruidos, con puertas de madera que se abrían, con
motores de camionetas viejas que tosían entre las calles de tierra, con
repartos para los almacenes del barrio.
Muchos perros
en la Villa. Perros de nadie, de esos que caminan sin otro rumbo que su olfato
hacia los cerros de basura que se amontonan en algunas esquinas. Los perros
acompañan a la gente, corren a las bicicletas ladrando y hurgan con paciencia y
poca suerte. Buscan comida pero nunca sobra mucho. Encontrar algo tampoco
garantiza alimento para el día. Antes de poder masticar en paz, el perro
afortunado debe defender a punta de colmillo su bocado ante sus compañeros de
búsqueda. Sólo después de haber desgarrado un par de pieles ajenas podrá
caminar hacia alguna sombra amable y morder a gusto, siempre sin quitar la
vista del resto de la jauría. Dicen por allí que el sol sale para todos y tal
vez no está mal eso que dicen por allí, pero nadie ignora que si es cierto que
menos los muertos todos amanecemos, esos perros de polvo amanecen menos. Perros
flacos los de la Villa, desconfiados, ignorantes en caricias, perros feos.
Perros.
La Villa sin
nombre, la del número, tiene muchas casas de lata y también tiene muchas casas
de ladrillo, tiene calles angostas con gente y bicicletas y calles más anchas
con gente y algunos autos. Las puertas dan a las calles angostas. Por esas
puertas salen la gente y las bicicletas, algunos perros, perros de alguien,
baldazos de agua con jabón. Por una de esas puertas sale Bardo todos los días.
Hace tiempo tenía nombre y apellido pero a la Villa le gusta alejarse de esos
temas de documentos y papeles oficiales. Ahora Bardo es Bardo para todos, hasta
para los que lo bautizaron con aquellos nombres de papel. Un pibe. Séptimo
grado. Trece años. Bardo.
Por una de
esas puertas salió Bardo esa mañana en que el sol se asomaba sobre la villa del
número. Bardo caminó hasta la salida del barrio, hasta la avenida, y tomó el
colectivo que lo dejaba a dos cuadras de su escuela.
—Un escolar
—pidió, y diez centavos más tarde tenía su viaje en la mano.
Bajó donde
siempre y caminó. Pero a la escuela la edificaron dos cuadras para allá y Bardo
dirigió su cuerpo lleno de guardapolvo dos cuadras para acá. Es decir, Bardo
salió de su casa como quien va para clase y ahora parece que cambió de idea.
Aunque tal vez él ya tenía decidido caminar para acá y entonces lo que en
realidad hizo fue mantener la idea que tenía al salir. ¿Es importante el
detalle? Sí, porque sirve para describir a Bardo. Una cosa es que sea un pibe
que hoy dice esto y mañana hace aquello y además tampoco es lo mismo que mienta
en su casa a que resuelva cambiar de dirección una vez en la calle. Los que lo
conocen a Bardo dijeron después, cuando ya había pasado todo, que va al frente
y que seguro ya tenía pensado ir para acá cuando salió por aquella puerta de la
que hablamos dos párrafos más arriba. Ahora, ¿dónde es acá? O mejor dicho, ¿qué
es acá?
Acá es un
lugar de reunión, una plaza bastante descuidada, con hamacas rotas y toboganes
de tablones podridos, que los chicos más chicos del lugar olvidaron hace rato y
que los grandes dejaron reservado como cancha alternativa para picados de fin
de semana. Pero ese día es martes, así que no hay ni chicos más chicos ni
grandes. Hay algunos pibes de más o menos la edad de Bardo y hay Bardo, que ya
llegó.
—¿Alguien
trajo fasos? —preguntó.
—Yo, tomá
—dijo otro.
Los
compañeros de Bardo también tienen nombres que no figuran en el papel pero
preferimos que se mantengan anónimos porque no tienen mayor importancia para la
historia y porque además estos chicos prefieren que sus nombres no aparezcan
publicados. Han aprendido que la ignorancia de los demás es buena para ellos.
De modo que siempre que alguno deba actuar habrá que recurrir a palabras como
"Otro" (que ya usamos), "Uno más", "El más alto",
"El pelado". La reunión ya empezó y aunque todos son alumnos de
distintas escuelas de la zona y han resuelto juntarse en horas —deberíamos
decir— lectivas, la charla no tiene nada que ver con el mundo académico. El
lenguaje usado es complicado para los que no somos miembros del grupo pero
parece evidente que están planeando algo alejado de las convenciones legales,
tal vez un robo.
—Entonces la
cosa es así —decía uno—. La casa va a estar vacía hoy a la noche. Los tipos
tienen una fiesta y se van a rajar temprano. A las nueve podemos entrar sin
problemas. Afanamos rápido lo que encontramos y nos piramos.
—¿Dónde nos
juntamos? —le preguntó otro.
—En la
esquina de la pizzería. De allí nos vamos de a dos hasta la casa y nos mandamos.
Si hay quilombo nos vemos aquí.
El que habla
podría pasar por el líder pero en realidad es apenas el vocero. Quien planeó
todo y que ahora no abre la boca porque ya dijo lo que tenía que decir cuando
averiguó que esa casa iba a quedar sola por unas horas y armó el proyecto es
Bardo. En el momento en que su lugarteniente informa a los demás sobre lo que
se va a hacer esa noche, mira a su pequeño ejército y se queda conforme.
Ninguno arruga. Tipos de confiar. Pibes hechos. Pibes.
El plan ya
fue explicado por ese que nombramos como "Uno". Pero no estarán de
más algunas aclaraciones. La idea del grupo es ubicar aparatos electrónicos más
o menos llevables como alguna videograbadora, algún discman, pero sobre todo
dinero. Tendrán una buena cantidad de tiempo hasta la llegada de los dueños y
entonces podrán buscar sin problemas. Conocen los escondites más habituales.
Los dueños son parecidos en todos lados. La variante que fue definida como
"si hay quilombo" es poco clara pero ya demostró ser efectiva en
otras noches similares a la que se acerca. Básicamente consiste en correr por
donde se pueda, incluyendo los techos de las casa vecinas, hasta perder de
vista a los posibles perseguidores y reencontrarse en la plaza en la que
todavía están ellos estudiando los últimos detalles y nosotros porque no
tenemos más remedio que seguir sus pasos si queremos tener alguna posibilidad
de conocer cómo termina esta historia.
El tiempo
pasó como todos los días. El regreso a casa desde un presumible colegio, el
almuerzo con el silencio de Bardo que a nadie llamó la atención porque él es un
chico más bien callado, los planes de la madre para ir a visitar a su hijo
mayor a la cárcel, la tarde caminando por las calles angostas y por las calles
anchas de la Villa, un partidito en la cancha de tierra de las vías. Nada
distinto de lo habitual. Días parecidos en la Villa, días de siempre afuera.
El encuentro
en la pizzería fue apenas el necesario para saberse juntos y saberse todos. Por
ahora no había ni para una porción. Después se vería. Después, si todo salía
bien. Hicieron el recuento de lo que se necesita para entrar a una casa que no
fuera la propia y no faltaba nada. Ya habían analizado la cerradura principal y
no ofrecía ninguna dificultad. En ese aspecto el Pelado era un mago, resultado
de su aprendizaje con un cerrajero de autos amigo suyo.
El más alto,
que era también el más grande y el que metía más miedo, era el único armado. Un
22 corto. "Por si acaso", dijo Bardo. Caminaron hasta la casa en
grupos de a dos. Lógicamente, los primeros en llegar fueron el Pelado y otro,
que no es el mismo "otro" que apareció ya en este relato. Se trata,
pues de otro "otro". Luego, cuando el Pelado realizó su trabajo con
la eficacia que acostumbraba, es decir, cuando la puerta ya no representaba
ningún obstáculo, aparecieron los demás, Bardo al final.
En este punto
hay que hacer algunas pequeñas explicaciones. Todos conocemos la fuerza del
idioma, lo útil que es en todos los casos y lo importante que puede llegar a
ser en muchos. Incluso para mentir es necesario usar palabras. De modo que no
es de extrañar que fuera precisamente una oración, una pregunta más
exactamente, lo que cambiaría radicalmente el final programado por los ahora
intrusos para esa noche. Cuando estuvieron todos adentro y se disponían a
iniciar el registro de la casa, de una de las habitaciones interiores llegó una
voz produciendo la pregunta que acabamos de comentar.
—¿Llegaron,
pa?
La parálisis
que provocó en el grupo esa sucesión de sonidos se puede comparar únicamente
con la actividad que siguió casi de inmediato cuando un chico de diez años se
apareció por el pasillo. El más alto se asustó. Tal vez demasiado preparado
para usar el arma que llevaba. Tal vez tener un 22 corto le pese mucho a un
chico de trece años, tal vez un chico de trece años que tiene un 22 corto
piensa que así las cosas entre él y el mundo están más parejas. Tal vez no
quiso, tal vez sí. Habría que hablar con él pero como aquí nos concentramos en
Bardo y no en el más alto no lo sabremos nunca. Pero sí sabemos porque casi lo
oímos aunque en los libros los disparos no hagan ruido, que hubo un disparo, un
tiro en la noche, un tiro en la vida de un pibe alto de trece años, un tiro en
la vida de otro pibe no tan alto de unos diez años.
Un tiro seco.
Una basura de tiro. Un tiro. El de trece dejó caer el 22 cuando vio que el de
diez caía y cuatro de los otros cinco se escaparon y uno de trece miraba a otro
de trece parado, al de diez tirado y el 22 en el piso.
El de trece
que miraba así era Bardo. Los demás miembros de su grupo habían concluido que
lo que había pasado entraba perfectamente en la clasificación de
"quilombo" y por lo tanto corrían ya hacia la plaza que quedaba dos
cuadras para acá. Al fin, Bardo pudo reaccionar. Levantó el 22 y se lo puso en
la cintura. Lo empujó al más alto hacia la puerta y lo mandó a la calle
pensando que siempre que hay un tiro hay un policía cerca, cerró la puerta
desde adentro y volvió para ver al chico de diez tirado que lo miraba con los
ojos abiertos, llenos de un miedo que Bardo no había visto nunca pero que
servían para demostrarle que el pibe de diez estaba vivo y que la bala había
apenas rozado la pierna.
—No te voy a
matar, no te asustes —le dijo Bardo al pibe de diez—. Podés pararte. Tenés
apenas un raspón. Vení que te acompaño a la cama.
El chico de
diez se dejó guiar por el chico de trece que tenía el 22 en la cintura y se
dejó acostar.
—¿Ahora nos
vas a robar? —preguntó el chico de diez.
—No, este
afano ya fue. ¿Qué hacés vos acá? ¿No tendrías que estar con tus viejos?
—Sí, pero me
sentí un poco mal y preferí quedarme. Ya tengo diez años. Puedo quedarme solo.
—Estuviste
cerca de sentirte bastante peor. Bueno, me voy —fue lo último que oyó de Bardo
el chico de diez.
Hasta aquí
llegan los datos de los que tenemos certeza. Lo que nos falta sólo podemos
suponerlo, pero teniendo en cuenta que hasta este punto hemos seguido la
historia con razonable credibilidad es pensable que ahora que nos acercamos al
desenlace no cometeremos errores groseros. Sabemos que un vecino vio entrar a
los chicos porque de casualidad estaba mirando para afuera y, si tenía alguna
duda, cuando oyó el tiro llamó a la policía. Cuando Bardo vio los coches, los
uniformes que corrían detrás de los autos, los ruidos en los techos, supo que
allí se terminaba la noche y que tal vez su madre tendría una visita más que
hacer y que malditas las dos cuadras para acá, maldita la pizzería, maldito el
22 y maldito el pibe de diez que eligió justo esa noche para sentirse un poco
mal. "¿En qué me equivoqué?", parece que pensó cuando giró el
picaporte con cuidado y se llevaba las manos a la nuca.
LA
CIGARRA
Ma.
Elena Walsh
Tantas
veces me mataron,
tantas veces me morí,
Sin embargo estoy aquí resucitando.
Pero si estoy a la desgracia
y la mano con puñal
por qué mató tan mal,
y seguí cantando.
Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.
Tantas veces me borraron,
tantas desparecí,
a mi propio entierro fui
sola y llorando;
hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la única vez
y seguí cantando.
Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.
Tantas veces te mataron,
tantas resucitarás,
cuántas noches pasarás
desesperando.
Y a la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando.
Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que sobreviviente tantas veces me morí,
Sin embargo estoy aquí resucitando.
Pero si estoy a la desgracia
y la mano con puñal
por qué mató tan mal,
y seguí cantando.
Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.
Tantas veces me borraron,
tantas desparecí,
a mi propio entierro fui
sola y llorando;
hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la única vez
y seguí cantando.
Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.
Tantas veces te mataron,
tantas resucitarás,
cuántas noches pasarás
desesperando.
Y a la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando.
Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
que vuelve de la guerra.
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